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El antropólogo Marvin Harris, en su obra Nuestra especie, analiza las habilidades de los chimpancés tanto en su hábitat natural como en los experimentos realizados en cautividad, en los cuales si se les proporcionan cajas en que subirse, palos acoplables y plátanos lejos de su alcance, aprenden rápidamente a poner la caja debajo de los plátanos, acoplar los palos, subirse a la caja y derribar los plátanos; asimismo, aprenden rápidamente a utilizar palos pequeños para coger otros más grandes y luego otros más grandes todavía a fin de meter alimentos en la jaula. Como conclusión afirma:
"La conducta compleja de emplear herramientas de los chimpancés en cautividad tiene importantes consecuencias para la comprensión de este fenómeno entre nuestros antepasados protohumanos. Demuestra que, cuando es necesario, los chimpancés son capaces de desarrollar la habilidad de fabricar y utilizar herramientas. El repertorio, relativamente breve, de conductas tecnológicas observadas en estado natural no refleja falta de inteligencia, sino falta de motivación. En estado natural, normalmente, son capaces de satisfacer las necesidades cotidianas de un modo eficaz, desde el punto de vista de la relación coste-beneficio, utilizando los recursos físicos con que les ha dotado la naturaleza".
¿Qué diferencia entonces las habilidades de los simios superiores de la inteligencia y la compleja cultura humanas? En su opinión el elemento diferencial es la aparición del lenguaje:
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"Permítanme extenderme un poco sobre la conexión entre el despegue lingüístico y las formas de comunicación humanas. En efecto, el despegue cultural es también un despegue lingüístico. Un ritmo de cambio rápido y acumulativo de las tradiciones implica un avance en la cantidad de información socialmente adquirida, almacenada, recuperada y compartida. Resulta imposible celebrar uno sin celebrar el otro. El lenguaje humano es el medio por el cual los recuerdos sobreviven a los individuos y a las generaciones. Pero no se trata de un palimpsesto meramente pasivo. Es también una fuerza instrumental activa en la creación de la actividad social cada vez más compleja que la evolución cultural impone a la vida cotidiana. La competencia lingüística posibilita que se formulen reglas para actuar del modo adecuado en situaciones lejanas en el espacio y en el tiempo. Sin haber visto en la vida a una hormiga del género Dorilus o uno de sus nidos, cualquier humano normal, no excesivamente inteligente, a diferencia de los chimpancés más inteligentes, puede enseñar a otros cómo cazar termitas. La práctica seguirá siendo necesaria (y mejorará siempre los resultados), pero la capacidad de formular reglas verbales para cazar hormigas o termitas facilita el que individuos diferentes reproduzcan dichas actividades a través de las generaciones. La vida social de los humanos se compone en buena medida (aunque no exclusivamente) de pensamientos y conductas coordinados y gobernados por dichas reglas. Cuando las personas inventan nuevas formas de actividad social, inventan las reglas correspondientes para adaptar las nuevas prácticas y las almacenan en sus cerebros (a diferencia de las instrucciones de innovación biológica, que se almacenan en los genes). Gracias al ascendiente de las conductas verbales gobernadas por reglas, los humanos superan fácilmente a las demás especies en cuanto a la complejidad y diversidad de sus papeles sociales y en cuanto a la capacidad para constituir grupos cooperativos".
A partir de todos estos materiales, elaborad una definición personal de inteligencia y una tabla en la que desarrolléis las semejanzas y diferencias entre inteligencia animal y humana.
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