«También yo», dijo el
filósofo, «atribuyo al instituto de bachillerato, como tú, una
importancia enorme: todas las demás instituciones deben valorarse
con el criterio de los
fines culturales a que se aspira mediante el
instituto; cuando las tendencias de éste sufren
desviaciones, todas
las demás instituciones sufren las consecuencias de ello, y,
mediante la
depuración y la renovación del instituto, se depuran y
renuevan igualmente las demás
instituciones educativas. Ni siquiera
la universidad puede pretender ahora tener semejante
importancia de
fulcro motor. La universidad, en su estructura actual, puede
considerarse
simplemente -al menos, en un aspecto esencial- como el
remate de la tendencia existente en
el instituto de bachillerato:
después te explicaré claramente este punto. Por el momento,
consideremos conjuntamente lo que me inspira una alternativa llena de
promesas, en
función de la cual, o bien el espíritu del
bachillerato hasta ahora cultivado -tan variopinto y
tan difícil de
captar- se dispersa completamente en el aire, o bien habrá que
depurarlo y renovarlo radicalmente. Y
para no asustarte con principios universales, pensemos ante todo
en
una de esas experiencias del bachillerato que todos hemos tenido y
que todos sufrimos.
¿Qué es hoy, si la
consideramos severamente, la enseñanza del alemán [Nietzsche habla
de su lengua materna, el alemán, pero su pregunta valdría para
cualquier otra] en el bachillerato?
»Antes que nada, voy a decirte
cómo debería ser. Hoy todos hablan y escriben
naturalmente la
lengua alemana con la ineptitud y la vulgaridad propias de una época
que
aprende el alemán en los periódicos [o en las redes sociales y
medios de comunicación de hoy día]. Por eso, al adolescente que
está creciendo, y está
dotado más generosamente, habría que
colocarlo por la fuerza bajo la campana de vidrio del
buen gusto y
de una rígida disciplina lingüística: si eso no es posible,
prefiero entonces
volver enseguida a hablar en latín, ya que me
avergüenzo de una lengua tan desfigurada y
deshonrada.
»Una escuela mejor no
podrá tener otro objetivo a ese respecto que el de llevar al
camino
recto, con autoridad y rigor digno, a los jóvenes lingüísticamente
corrompidos, y
exhortarles así: “¡Tomad en serio vuestra lengua!
Quien no consiga sentir un deber sagrado
en ese sentido no posee ni
siquiera el germen del que pueda surgir una cultura superior.
Eso,
es decir, vuestro modo de tratar la lengua materna, revelará hasta
qué punto apreciáis
el arte, con eso se verá hasta qué punto
congeniáis con el arte. Si no conseguís obtener ese
resultado por
vosotros mismos, es decir, sentir un desagrado físico frente a
ciertas palabras
y a ciertas frases de nuestra jerga periodística,
abandonad al instante las aspiraciones a la
cultura. Efectivamente,
ahí, muy cerca de vosotros, siempre que habláis y escribís, hay
una
piedra de toque para juzgar lo difícil y descomunal que es la
tarea del hombre de cultura, y
hasta qué punto es inverosímil que
muchos de vosotros alcancéis la auténtica cultura”.
[…].
“En conclusión, el
bachillerato ha desatendido hasta ahora el objeto primordial e
inmediato, de que arranca la cultura auténtica, es decir, ha
desatendido la lengua materna: le
falta así el terreno natural y
fecundo en el que pueden apoyarse todos los esfuerzos
culturales
posteriores. En realidad, sólo cuando se utilice como base una
disciplina y un uso
de la lengua que sean rigurosos y artísticamente
esmerados, se podrá fortalecer el
sentimiento preciso de la
grandeza de nuestros clásicos
”.
Friedrich Nietzsche
(1844–1900),
Sobre el porvenir de nuestras
instituciones
educativas
.
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