miércoles, 19 de febrero de 2014

Sobre la importancia de cuidar la enseñanza de la propia lengua

                                  


«También yo», dijo el filósofo, «atribuyo al instituto de bachillerato, como tú, una importancia enorme: todas las demás instituciones deben valorarse con el criterio de los fines culturales a que se aspira mediante el instituto; cuando las tendencias de éste sufren desviaciones, todas las demás instituciones sufren las consecuencias de ello, y, mediante la depuración y la renovación del instituto, se depuran y renuevan igualmente las demás instituciones educativas. Ni siquiera la universidad puede pretender ahora tener semejante importancia de fulcro motor. La universidad, en su estructura actual, puede considerarse simplemente -al menos, en un aspecto esencial- como el remate de la tendencia existente en el instituto de bachillerato: después te explicaré claramente este punto. Por el momento, consideremos conjuntamente lo que me inspira una alternativa llena de promesas, en función de la cual, o bien el espíritu del bachillerato hasta ahora cultivado -tan variopinto y tan difícil de captar- se dispersa completamente en el aire, o bien habrá que depurarlo y renovarlo radicalmente. Y para no asustarte con principios universales, pensemos ante todo en una de esas experiencias del bachillerato que todos hemos tenido y que todos sufrimos.

¿Qué es hoy, si la consideramos severamente, la enseñanza del alemán [Nietzsche habla de su lengua materna, el alemán, pero su pregunta valdría para cualquier otra] en el bachillerato? »Antes que nada, voy a decirte cómo debería ser. Hoy todos hablan y escriben naturalmente la lengua alemana con la ineptitud y la vulgaridad propias de una época que aprende el alemán en los periódicos [o en las redes sociales y medios de comunicación de hoy día]. Por eso, al adolescente que está creciendo, y está dotado más generosamente, habría que colocarlo por la fuerza bajo la campana de vidrio del buen gusto y de una rígida disciplina lingüística: si eso no es posible, prefiero entonces volver enseguida a hablar en latín, ya que me avergüenzo de una lengua tan desfigurada y deshonrada.

»Una escuela mejor no podrá tener otro objetivo a ese respecto que el de llevar al camino recto, con autoridad y rigor digno, a los jóvenes lingüísticamente corrompidos, y exhortarles así: “¡Tomad en serio vuestra lengua! Quien no consiga sentir un deber sagrado en ese sentido no posee ni siquiera el germen del que pueda surgir una cultura superior. Eso, es decir, vuestro modo de tratar la lengua materna, revelará hasta qué punto apreciáis el arte, con eso se verá hasta qué punto congeniáis con el arte. Si no conseguís obtener ese resultado por vosotros mismos, es decir, sentir un desagrado físico frente a ciertas palabras y a ciertas frases de nuestra jerga periodística, abandonad al instante las aspiraciones a la cultura. Efectivamente, ahí, muy cerca de vosotros, siempre que habláis y escribís, hay una piedra de toque para juzgar lo difícil y descomunal que es la tarea del hombre de cultura, y hasta qué punto es inverosímil que muchos de vosotros alcancéis la auténtica cultura”. […].

“En conclusión, el bachillerato ha desatendido hasta ahora el objeto primordial e inmediato, de que arranca la cultura auténtica, es decir, ha desatendido la lengua materna: le falta así el terreno natural y fecundo en el que pueden apoyarse todos los esfuerzos culturales posteriores. En realidad, sólo cuando se utilice como base una disciplina y un uso de la lengua que sean rigurosos y artísticamente esmerados, se podrá fortalecer el sentimiento preciso de la grandeza de nuestros clásicos ”.

Friedrich Nietzsche (1844–1900), Sobre el porvenir de nuestras instituciones educativas .

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